Yo hice un pacto con ella. No sabía bien cómo, pero lo hice,
porque sabía que era su día.
Por un momento pensé que era casualidad que mi Facebook me
hubiera revelado a primera hora, qué
celebraban ese día las culturas originarias. Ese mismo día estaba yo en
Chetumal, Quintana Roo, concluyendo lo que para mi fue la experiencia más
enriquecedora de mi vida hasta ese momento: Un recorrido por el Golfo Mexicano
en bicicleta. El pretexto, fue unirme a la Ruta Chichimeca; pero como todo lo
que vale la pena en la vida, el resultado superó el objetivo.
A muchos nos gusta creer en las casualidades porque se
emplean como paliativos, para aquellos que no soportamos en ocasiones, el
abrumador encuentro de frente con la fortuna.
Y sin embargo, por casualidad o fortuna, ahí estaba yo,
después de 23 días de viaje, del otro lado del país:
“Jueves 1 de agosto, 2013
Chetumal, Quintana Roo
Con la izquierda recibo y con la derecha doy ¿O cómo era?
Quiero dejar de pensar en esto, porque tengo el monedero en
la mano izquierda. Entonces decido poner las dos manos en el piso y dejar el
monedero cerca, pero a un lado.
11:11
Perfecto. Estoy sola, Luis se fue al museo. Hoy me entero
que es el día de la Madre Tiempo. Pachamama.
Con el corazón sobre la foto de mi madre en bicicleta, mis
amuletos de la suerte entre los senos, abajo, donde hay un hueco justo al final
del esternón, en el que caben perfectamente y mi buff de colores bajo mi
cabeza, que de vez en vez se convierte en mariposa de colores, me acuesto sobre
el suelo del hotel. Lo más cerca que puede, pues. Al menos, estaba en planta
baja.
Antes de cerrar lo ojos, lo último que veo es mi muñeca
izquierda, de guerrerita jaguar. De Insolente.
Entonces le hablé. Me gusta poco hablar sola en voz alta,
prefiero el silencio que me permite decir más cosas de las que hablar. Además,
siento desperdicio de saliva.
A la hora en que las puertas se abren, para escuchar más y
mejor lo que no se dice”
Le prometí, le agradecí, le pedí. Le supliqué que me dejara
cumplir mis promesas.
Y desde el momento uno, sentí la fuerza como un obsequio
presente, en cada momento y cada lugar.
Busqué un rincón, dónde depositar mis promesas, cómo un
devolver, cómo un acto de fe… y lo encontré. Resultó ser un islote a las
orillas de la ciudad, dónde termina un reinado y comienza otro: el del mar, el
de la cadencia y la constancia de la ola. Ahí, dónde se erguía una construcción
inerte y abandonada, la que pienso, tal vez estaba destinada a ser un centro de
convenciones o tal vez un centro comercial; fui por la tarde, antes de partir.
Antes de tomar un vuelo al inicio del verdadero arranque.
En una olla de barro, enterré todo mi pasado, para que se
degrade; todos mis anhelos para que se arraiguen y mis batallas para que
florezcan. Ahí, a la orilla del mar de
Chetumal.
Desde ese día, llevo conmigo una liga roja en mi pierna
derecha, porque es su color y el mío.
Las respuestas, empezaron a florecer de inmediato. La madre
nunca abandona.