Vengo a la playa y me da miedo buscarte, porque honestamente mi corazón no está en condiciones de perderte tan prontito, aunque sea me gustaría verte de aquí a abril, que me voy yo. Con todo lo que tengo que contarte, y las cosas que quiero que me cuentes. Con todas las noches que quiero regalarte la galaxia que el sol esmeradamente se ha dedicado a tatuarme en la espalda. Con mi todo tan lleno, para ti.
He tenido últimamente algunos debates con los míos acerca de la lealtad, la fidelidad y la permanencia. Para mi, durante largos años, la fidelidad fue el resultado de la moral neurótica, impuesta por la sociedad, para no quedarnos solos a huevo, y a su vez, la neurosis es cuando el amor falla.
Mi maestro sensei jedi casi Yoda, me dijo una vez que quien no se es fiel a si mismo, no es digno de confianza ¿Creo que ya te lo había dicho cuando hablamos la última vez, no? Cabe mencionar que eres digno de toda mi confianza. Y así, con el pretexto de las enseñanzas y los aprendizaje, emprendí la búsqueda de mi propia lealtad en cuerpos ajenos, argumentando que al final, todos somos animales y que el amor está en todo y en todos, lo cual es parcialmente cierto, así como la lealtad que encontré, siempre a medias, siempre incompleta, sintiendo que era más lo que se quedaba de mi en cada cama, que lo que podía recuperar para reconstruirme después de la hecatombe.
Y luego tú, con esa calma con la que esperas cada ola sobre tu tabla de surf. Tú, con esa sonrisa que reconoce no saber decir mentiras, ni guardar secretos importantes y tus rastas, que contienen millones de historias marinas de todas las playas del mundo.
Yo nomás espero verte hoy, aunque sea en la tienda del Beny, y si te descuidas, te robo un beso, por si no te vuelvo a ver.
Porque aquí te los traigo todos, te vengo guardando todos mis besos y no por esa fidelidad absurda que queda condenada a un anillo que a verdades omitidas y desaprobaciones de la esencia del otro, se convierte en grillete y cárcel. No por esa lealtad obligada que requiere de firmar su sentencia de muerte en un acta frente a un juez.
Te los guardo porque me lo merezco. Merezco darte todos mis besos, porque eres tú chingao...
Vi de lejos un güero rasta caminando hacia mi y sentí el estomago pulsar, como una medusa, a punto de estallar como una fuente. Veo que no eres tú, y vuelvo a guardar mis besos, por si te vuelvo a ver.
Sería un detallazo que si piensas irte antes de tiempo, te despidieras de mi, nomás para no ser como todos los demás, porque no lo eres. Nomás porque a ti si tengo que decirte adiós, quiero poder decírtelo antes de que desaparezca y que me ponga a pensar qué hacer con tanto beso, porque lo que se guarda se pudre y yo no quiero que tanto amor me haga daño.
Ojalá no tenga que saber que sigo guardándote mis besos mientras ya zarpaste, y estás navegando, soñando ya con otras olas que no son las de mi cadera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario